jueves, 1 de diciembre de 2011

EL HOMBRE SOLO


Y al final el camino ya no tiene más pasos que recorrer, sólo una espera blanca apenas manchada por el chisporreteo rojo de silencios broncos.
Y al final parece que la luz no es sino último suspiro antes de lanzarse hacia el interior de un pozo de claridad lunar.
Y al final se desdibuja con excesiva nitidez esa vida que ya transcurre fuera de las manos que se dejan sobre las sábanas tristes. Esas vidas cuyo calor nunca se volverá a sentir.

Debe ser el final, porque el tiempo se vacía de colores y el ojo recoge sólo lo blanco, lo gris y de cuando en cuando motas de rojo; se oye un brillo de cascabeles que no debe ser sino pura figuración, delirio.
Ya se pasó el tiempo de descubrimientos y de luchas. Ya se pasó el deambular entre países llenos de furia. Ya se pasó la furia de las trincheras, y también los idilios perdidos. Las palabras y los versos. Las metáforas, la realidad y el retorcimiento de los verbos, lleno de sugerencias, que atraviesa los siglos.

Sobre todo está lejos el tiempo que debería vivirse; inaccesible incluso el tiempo de lo que transcurre. Queda atrás la felicidad de saber un hijo y la tristeza de sentirlo jugando con el hambre y la muerte: eso ya no importa.

Menos importa el dolor por ese otro niño, muerto sin haber sabido lo que era el mundo, y que parece llamar a su hermanito pequeño con voz de luna desde un mar sin agua.

No importa ni el peso del cuerpo ni la sequedad de las manos. Ni la sed que desde su garganta convierte su vida en fiebre. Afuera de las paredes blancas que le encierran no importa nada ya. Adentro van importando cada vez menos cosas. Sólo tiene las palabras (espacio, corazón, sol, cárcel, ventana); pero su amistad callada se vuelve traicionera: las palabras le abandonan. Sus manos insensibles no se mueven ya porque hace tiempo que ya no recuerda la palabra manos. Los ojos se abren y se cierran sin ver nada, porque la palabra ojos va y viene de su memoria, y resbala derramándose sobre el suelo – más allá de él, bajo su cuerpo.

Y al final sólo queda una luz escrita sobre la pared. Sólo una luz y nada más. Los ojos fijados en esa luz en la que ya no hay nada (blanco papel, blanco de luna, blanco sin nombre). Y queda un hombre que ya no puede decir su nombre; un alma deshecha; un cuerpo joven y agotado con apenas fuerza para cerrar los ojos y negar para siempre el resplandor de la mañana.



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