martes, 17 de septiembre de 2013

Un adelanto de mi nueva novela en proceso de escritura: OJOS DE HERMANO




Tuvo que ser en su boda, en la boda de Mamen, cuando Nicolás se dio cuenta de lo enamorado que estaba de ella. El afortunado cónyuge de aquella ceremonia no era sino Jenaro, el hermano de Nicolás. Mamen, la novia, era por lo tanto, y desde ese momento, cuñada de Nicolás y parte de su familia. Su hermana política. No es que en ese día, en su día, Mamen estuviera especialmente resplandeciente como para haber provocado este súbito enamoramiento. El aparatoso traje blanco le favorecía poco o nada. Mal cosido, mal entallado, sobraba tela y ocultaba a una mujer que de otra manera hubiera resultado atractiva, incluso hasta espectacular. Este desastre tan extraño tal vez fuera debido a la extraña precipitación con que se celebró la boda. Anunciada de un día para otro, sin que a nadie le diera tiempo ni siquiera a hacerse a la idea de lo que podría suponer esa unión en un futuro, ni mucho menos que en breve eso implicaría una ceremonia con todas las de la ley y con sus inevitables secuelas. Traje de boda, lista de regalos, calor, prisas, agobios. Larga espera, nervios, misa, brindis y convite, banquete y baile.
La novia se movía entre los invitados como disculpándose por su aspecto desastrado, por el vestido, por la boda, por el calor, por todo. La improvisación era evidente también en el traje del novio, demasiado justo para su talla y repleto de detalles discordantes, como el de una corbata demasiado estrecha y de un color demasiado sobrio, o el de los puños arrugados de la camisa.
En el restaurante en el que se celebraba el enlace el desastre se anunciaba sobre el papel en un menú indigerible: toda una colección de despropósitos. La sola lectura del tarjetón del menú, con una sarta discordante de platos inapropiados, llegaba a ser entretenida para los sufridos comensales, que anticipaban su estómago con doloroso placer para lo peor; en la colocación de los invitados de las mesas, que daba pie a los encuentros más chocantes; en lo inadecuado del servicio, de aspecto barriobajero y trato despectivo, propio de quizá cualquier otra circunstancia, pero nunca de una boda.
La improvisación llegaba finalmente a los mismos invitados, con cara de haber sido captados por la calle y alistados apresuradamente para aquella celebración, vestidos de forma aún más discordante que la de los novios. Se miraban unos a otros, sorprendidos de verse y ver a los demás en una circunstancia tan insospechada como ésta; sorprendidos al fin y al cabo de encontrar  en el otro anormalidades que podrían haber encontrado en sí mismos mirándose al espejo.
La luz se fundió, y por unos largos minutos, todos estuvieron alumbrándose a la luz de los pocos mecheros que había en la sala. La oscuridad fomentó lo inevitable: una boda improvisada siempre sugiere connotaciones escabrosas, así que los rumores y los pequeños chismes se extendieron en las penumbras y continuaron cuando la luz se restableció, para finalmente sazonar la comida y hacerla más llevadera. Los chismorreos saltaban de mesa en mesa, aumentando el jolgorio de los invitados. Las mujeres evaluaban la curvatura del vientre de la novia. Discutían si lo poco conveniente del vestido no sería un subterfugio para esconder lo que todos ya daban como cierto, el estado de espera de la pareja. La torpeza de la novia, un par de mareos, su propensión a huir cada dos por tres al baño. Todo esto, para estas miradas maliciosas, confirmaba la verdad posible de todas aquellas fantasías. Alguno, sin embargo, se sentía reconcomido por la sensatez, y pese a que la tentación de dejarse arrastrar por la corriente de chismorreos era grande, se sobreponía y negaba el asunto con suficiencia; o tal vez minimizaba el asunto afirmando que en la actualidad una boda repentina o un embarazo antes o fuera del matrimonio no son cuestiones a ocultar. Más de uno apuntaba, o bien pensaba, que lo extraño en la actualidad es que una pareja decida compartir casa y vida; y más aún, que llegue a pasar por el registro civil, y mucho menos por la vicaría… Tal vez todo fuera mentira… Pero, qué más daba. Lo importante era tener algo que contar. Así que los rumores iban y venían, ganando detalles, cobrando cada vez toques más inverosímiles, hasta llegar a rozar lo fantástico. Se habló de inseminación artificial, de pruebas de paternidad fantásticas, de infidelidades varias, de orgías satánicas. Los ojos de los invitados chispeaban, y al llegar los licores la sarta de sinsentidos fue coreada en principio por risitas y luego, con mayor descaro, con descaradas risotadas, mientras que las miradas malintencionadas se cebaban, de forma oblicua, en la mesa presidencial.